Alvaro Andrés Echeverría
Destinos

Y repentinamente tomé un vuelo, de esos que te ofertan a última hora y debes decidir en la línea telefónica si lo compras o no; la emoción me abrumó, no consideré el costo de este nuevo viaje, siempre pensé que tendría un valor que podía cancelar, pero al momento de recibir el billete para mi vuelo pude observar el alto precio; sin embargo una vez aceptado y a punto de abordar no podía dar marcha atrás.
Después de muchos años de trabajo incansable, de haber logrado un espacio en aquella ciudad, se dio la oportunidad que esperaba, que necesitaba -y así la quiero llamar durante dos años-, esta vez no habría opción de retractarme, puesto que por muchas ocasiones busqué la disponibilidad de este viaje, pero los vuelos estaban agotados, al igual que mis ganas de esperar esta nueva aventura; pero una vez aceptado debía ser responsable ante lo decidido, de tal forma que alisté mi maleta y me dirigí al aeropuerto.
Aún era de de madrugada cuando desperté con una turbulencia de emociones, ya que me esperaba un largo viaje y sin escalas fijas pero con un rumbo trazado, mi equipaje es tan ligero, en tanta oscuridad solo mi mente es la guía y mi experiencia es mi pasaporte.
Durante el vuelo recibo una agenda con todas las lista de tareas que debo cumplir en caso de que quiera hacer más placentera mi travesía, dentro de las instrucciones decían que puedo tomar una, puedo tomar todas o simplemente cerrar la agenda y aventurarme solo como ya lo había hecho en la ciudad que estaba dejando en el pasado.
Así que pensé en tomar todas -el que mucho abarca poco aprieta- pero nada es seguro, lo único seguro es caminar, no detenerse y seguir el rumbo trazado.
Mi vuelo aterriza tan de prisa que no logro asimilar las situaciones, esto se siente como un gran impacto, del que sales ileso, o como cuando bebes, te la pasas fenomenal en la fiesta pero al día siguiente la resaca es tal que te arrepientes de haber bebido, pero no de lo vivido.
Al llegar a mi nuevo destino soy recibido por residentes, quienes me dan las indicaciones de como sobrevivir en esta primera etapa, todo es felicidad -no te enseñan lo feo- y me dicen cordialmente te vas a enamorar de este lugar; mi día termina estoy emocionado de ver lo que me espera.
He llegado al punto de partida donde debo valerme solo, observo que debo atravesar una comuna llena de situaciones que por más que las trates de evitar siempre te involucran y cambian el plan de tu día; ves residentes amables que hacen de esta etapa más llevadero, avanzo por donde está fijada la ruta, comienzo a observar personas que andan deambulando pidiendo caridad, mientras que otros están esperando las sobras que el resto deja para que se convierta en su alimento.
Al culminar el día, tan sólo escucho en mi mente palabras de aliento, aquellas que me motivan para seguir de pie, que no me dejan agachar la cabeza, las que me llenan de energía para recuperarme y esperar lo que surja en el camino, el cual siempre está guiado por una estrella -mi estrella favorita- que no me deja solo y que me alumbra en cada paso que doy rumbo a la salida de este nuevo destino.